Grimalda
— Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. — exclamó Grimalda como último acto de la obra que interpretaba en la clausura de las olimpiadas universitarias.
Fausto, impávido, veía con asombro la naturalidad con la que Grimalda personificaba a la mujer que, en la historia, esculpía con honores aquel poema de Vallejo mientras observaba a su vástago en pleno lecho de muerte.
No habían pasado muchos meses desde que Grimalda empezó a interesarte en el mundo de la actuación, de hecho, menos de un año. Todo empezó cuando el verano anterior su padre la llevó al teatro y ella quedó anonadada de cómo una persona del mundo real se transformaba en otra con una personalidad totalmente diferente, cuyas penas y glorias reflejaba en la historia que se contaba en cada escena que teletransportaba a todo aquel que atento estuviese y atención prestase.
Fausto conoció a Grimalda una tarde de noviembre en el área de juegos de un restaurante de comida rápida. Ambos disfrutaban de la compañía solitaria que aprendieron a desarrollar luego de fallidos intentos por mantener una relación con alguien que resultó anulando sus expectativas de lo que sería un acompañante de por vida. Grimalda se disfrutaba del juego que permitía encestar una pelota de basketball. Siempre obtenía más de 120 puntos. Fausto, en cambio, prefería los videojuegos de carreras de autos y motos. Le encantaba pensar que se encontraba en una competición donde podía andar en un Porsche a más de 180 kilómetros por hora.
Esa tarde, en medio de la concentración que ambos sostenían firmemente: una alzando el brazo haciendo un movimiento curvo para encestar el balón en el aro y el otro frente a la pantalla mientras tomaba el timón de un auto ficticio; ocurrió un sismo de leve intensidad pero lo suficiente para provocar la ruptura de su estado de profundidad y así invitarlos rápidamente a salir del local por si el movimiento telúrico empeoraba.
Grimalda fue la primera que percibió el movimiento y giró la cabeza deslizando la mirada en un movimiento panorámico sobre la sala de juegos para confirmar si era una idea suya o si realmente el piso y las paredes se estaban moviendo. Sus ojos cayeron sobre la parte posterior de la pantalla de uno de los juegos de carreras. Automáticamente, con tensión, Fausto sintió que una mirada se dirigía hacia él e inevitablemente, sus ojos cambiaron el foco del videojuego a lo que se encontraba del otro lado de la sala. Ambos se miraron y como si telepatía se tratase, acordaron que efectivamente estaba comenzando a producirse un sismo. Él asintió la cabeza como respondiendo la incertidumbre de Grimalda y decirle que no estaba alucinando. Se salió del vehículo ficticio sin cerrar la puerta, por supuesto; y caminó rápidamente hacia la puerta de salida mientras hacía un ademán con su mano izquierda señalando a Grimalda para así romper su estado de congelación en el que ella se había quedado. Grimalda respondió corriendo hacia la puerta también y ambos alzaron el paso con dirección a la puerta principal del local para así tratar de ponerse a salvo.
— Pero qué temblorcito, eh. — exclamó Fausto a Grimalda pero dirigiendo rápidamente su mirada hacia otro lado para no generar más tensión.
— Sí. Detesto los temblores, no me gustan, pero al menos ya pasó. — respondió ella mientras volteaba para entrar al local y así no perder el campeonato de basket que había creado en su cabeza.
— Espera, ¿vas a seguir jugando? — se le escuchó a Fausto con gran interés.
— Ajam… todavía me quedan 3 boletos.
— Creo que puedo ser un gran competidor, estoy en la selección de basket de mi universidad. — mintió de manera pícara él.
— No, gracias. Estoy bien jugando sola. — cortó Grimalda así la conversación.
Fausto no supo qué más responder. Sintió vergüenza y decepción absoluta de que su intento por ligar resultó fallido con gran desaire. Sin embargo, acostumbrado a gran cantidad de aprobaciones y rechazos, se inmutó a también entrar al local detrás de ella para empezar una nueva carrera en el Grand Prix de Alemania.
Nuevamente, luego de ganar la copa, Fausto sintió que un par de ojos se habían dirigido hacia él, como si la noticia de su triunfo hubiese cruzado las fronteras del videojuego en el que participaba hacia el estadio de Los Lakers en Los Angeles.
— ¿Haces más de 100 puntos? — preguntó Grimalda con sarcasmo.
Fausto, sonriente, contestó: “Sí, ¿pero sabes? Prefiero ganar ahora el campeonato del Nascar”.
Grimalda, en un gesto de no estar de acuerdo con haber perdido la batalla del rechazo se acercó hacia Fausto, caminó dos pasos hacia el auto del costado, se sentó y con astucia le afirmó: “Que lástima, quedarás segundo lugar”.
Fausto entendió el mensaje. Lo habían retado a una carrera virtual a por la copa Nascar donde la reputación lo valía todo y perder frente a una novata sería la aniquilación de su trayectoria en las pistas. Tomó los dos boletos, los introdujo sobre la ranura de la máquina y haciendo un par de combinaciones con los botones, pedales y timón, escogió el circuito.
— Escoge tu auto.
— Ya sé cual escoger. — le replicó Grimalda mientras, con el timón del auto ficticio, navegaba buscando algún auto que le permitiera ganar la carrera.
— ¿Lista?
— Siempre. — contestó finalmente ella mirándolo directamente a los ojos de manera desafiante y con total seguridad de que la copa se la llevaría ella a casa.
Continua…